La
historia de la Basílica concatedral de Nuestra Señora del Pilar de
Zaragoza se remonta, según la tradición, a la venida de la
Virgen María, quien, viviendo aún en
Jerusalén, se habría aparecido en carne mortal al
apóstol Santiago el día
2 de enero del año
40 y el templo surgiría como receptáculo cada vez de mayor amplitud para el objeto que allí venera la tradición cristiana, el pilar —en realidad una columna de
jaspe—, que fue dejado por María a orillas del
Ebro en dicha ciudad. Documentalmente no hay pruebas arqueológicas ni históricas que sustenten este relato, que aparece en
1297 en una bula del papa
Bonifacio VIII y dos años más tarde en una declaración de los Jurados de Zaragoza, donde se habla por vez primera de la advocación de «Santa María del Pilar», tras emprender en
1293 el obispo
Hugo de Mataplana una rehabilitación del edificio que amenazaba ruina, gracias a las donaciones propiciadas por la mencionada bula papal.
[1]
La historia documentada del templo data del
siglo IX, cuando según la
Historia del traslado de San Vicente escrita por
Aimoino, se atestigua la existencia de una iglesia
mozárabe en
Saraqusta dedicada a Santa María en el mismo lugar en el que actualmente se encuentra la basílica
barroca. En torno a este templo se articulaba una de las comunidades de cristianos de la ciudad.
[2] [3]
Tras la conquista de Zaragoza por el rey
Alfonso I de Aragón en
1118, el templo se reedifica construyendo una iglesia
románica cuyas obras no finalizaron hasta el
siglo XIII, de cuyo aspecto da idea un tímpano que se conserva integrado en la fachada actual.
Sin embargo, aún no transcurrido un siglo desde la finalización de la obra románica, se decide en
1293 iniciar la construcción de un nuevo edificio, en estilo
gótico-
mudéjar, cuya conclusión se extendió hasta
1518. La
colegiata mudéjar incluía un lujoso coro y el
retablo del altar mayor, encargado a
Damián Forment, que se conservan en la actual concatedral.
A finales del
siglo XVII se plantea de nuevo la necesidad de erigir una nueva
basílica de grandes proporciones de estilo barroco, que se convertiría en la segunda catedral de la ciudad, junto con
La Seo. El proyecto, iniciado por
José Felipe de Busiñac y
Felipe Sánchez y revisado por
Francisco de Herrera el Mozo, comenzaría a ejecutarse en
1681. Más adelante, en
1750,
Ventura Rodríguez se encargaría de revisar el diseño completo e introducir cambios que lo acercarían al gusto neoclásico. Obra maestra de su labor fue la concepción de una nueva
capilla para la Virgen, consistente en un templete de gran suntuosidad que integra caracteres barrocos, rococó y neoclásicos.
Finalmente, y a lo largo de los
siglos XIX y
XX, se erigieron las cúpulas y linternas faltantes y las altas torres de los ángulos que, en
1961, darían a la
Basílica del Pilar el aspecto con el que hoy se conoce.